martes, 20 de octubre de 2009
Crónicas de mis odiseas diarias 2006
Acto primero
Escena primera
No puedo creer como nos acostumbramos a morir lentamente.
Un escalofrió recorre mi espalda, son las seis y veinte minutos de la mañana, salgo de mi casa apurado por cumplir con el horario y estoy en alguna parte de una Gran avenida.
Veo la jungla gris hasta donde alcanza la vista, espero en el andén junto con diez o quince personas más a ese gigante que me ayudara a atravesar la ciudad.
Mi primer reto es la búsqueda, encontrar entre un río revuelto a ese que espero y que sabré ver por su pechera y escudo. Es una larga cruzada contra los monstruos de acero, ellos expelen bocanadas espeluznantes de humo, a la vez gritos ensordecedores. Sus frentes procuran cegarme con sus lumbres faroles, lo único que puedo hacer es protegerme entre mi armadura, y llenarme de paciencia.
El tiempo transcurre acelerado, siento el rostro duro y envejecido.
El cielo aun esta un poco oscuro pero los rayos del sol luchan contra el caparazón de smock que se posa sobre los robles de cemento. El gigante se detiene a unos metros de mí, en su interior decolorados rostros cuelgan entre sueño y preocupaciones, pero la providencia ha sabido recompensar mi lucha y monto la bestia que me encamina.
Una ventana me separa del paisaje. Y sin necesidad de esperar a que se abriera el telón comienza el espectáculo. Es una hermosa tragedia, paro me confunde la viveza de algunas marionetas. Afuera las ruedas del gigante batallan con el pavimento y en momentos parecen desfallecer.
De pronto aparece un duende montado en una carroza halada por un huesudo corcel, humea algo de tranquilidad me ve, dobla en la esquina y se va.. Tras él estaban los intestinos de la ciudad, un poco de la vid del hombre que corre por un estrecho canal, no parece liquido, pero no es sólido, alguna vez fue agua, hoy se torna café e infecto.
Ruego y los dioses atienden, porque ahora estoy en otra parte, guiado por el gigante pero lejos de las efigies. El bosque toma un poco de color, los muros en esta parte son de un tono naranja, que da un poco de esperanza. El gigante se detiene y debo decirle hasta pronto. Nuevamente toco tierra, mientras me conforto viendo como desaparece la luna.
Creo que aprendí a olvidar muy bien, porque antes de volver a ver la luna no pensé en el regreso. La oscuridad se hace cómplice de los crímenes de la noche, y entre ellos llego a la emboscada que me espera. El bosque ha fraguado una trampa y mi ingenio distraído con todo el fulgor de las luces que cuelgan de las grandes tapias, invitándome un trago de euforias.
Mi mundo, un canal insecto que cruza lentamente entre campos de estatuas y cavernas. Muchos han desfallecido. Algunos se acostumbraron al mundo gris y algunos hasta lo aman.
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